José Bergamín Gutiérrez, el dramaturgo, ensayista y poeta español insistió en lo siguiente: «El que carece de pasión, carece de razón». Esa pasión, unida al entusiasmo que en los jóvenes suelen producir, como dijo Rubén Darío, «cosas brillantes y hermosas», fue el motor que impulsó a dos jóvenes hondureños a fundar un sello editorial cuya nómina en menos de cuatro años cuenta ya con más de veinte títulos.
¿Por qué –uno se pregunta– estos jóvenes educados en la era de hi5 y Facebook, y que escucharon a Bill Gates amenazar con desparecer el libro impreso de la faz de la tierra, decidieron remar a contracorriente? Tal vez la respuesta sea que tuvieron el privilegio de nacer en una época justamente anterior a esta, en la que el libro electrónico ni siquiera pertenecía a la ciencia ficción.
Oscar Estrada (cineasta y novelista) y Mario Ramos (cineasta, fotógrafo y productor de televisión) hoy rondan la edad promedio de cuarenta años. Pero de niños y quizás en las calles de Honduras, a decir del escritor Roberto Carlos Pérez, en donde el comercio de libro aún en el siglo XXI es inexistente, alguien (tal vez sus padres) les enseñó que el límite del pensamiento sólo se puede medir por la palabra impresa.
Esa palabra impresa hoy tiene un modesto y acaso melancólico nombre: Casasola Editores. Modesto porque resulta una diminuta criatura ante los monstruos editoriales que acaparan el mercado de los libros y raras veces aceptan nuevos talentos. Y melancólico porque, como David, lucha contra Goliat encarnado en las mismas casas editoriales que publican a un García Márquez por ser un bestseller asegurado, o desdeñan decenas de veces a grandes autores como Roberto Bolaño, cuyo éxito nos enseñó que de la buena escritura siempre nacen grandes lectores.